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LOS BENEFICIOS DE LA ALABANZA

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LOS BENEFICIOS DE LA ALABANZA   Salmos 150 Piense en su oración más reciente al Señor. ¿Pasó tanto tiempo alabándole, como lo pasó haciéndole peticiones? En nuestra sociedad narcisista, muchas personas van a la iglesia para satisfacer sus propias necesidades: cantar ayuda a las emociones, las predicaciones “alimentan al rebaño” y el coro entretiene. Es posible dejar que nuestras preferencias sean más importantes que el propósito fundamental del Creador para nuestra vida—es decir, exaltarlo. La alabanza enaltece y agrada al Señor, pero nosotros también nos beneficiamos de la práctica. Primero, la adoración a Dios modera a nuestro “ego” es imposible exaltar verdaderamente a Dios y estar aferrados al mismo tiempo a nuestro orgullo. Por el contrario, llegamos a reconocer nuestro pecado, nuestra debilidad y nuestra necesidad de Él. Como nos dice la Biblia, el poder del Señor se manifiesta cuando demostramos verdadera humildad (2 Co 12.10). Segundo, la alabanza sirve par
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«Reunidos, pues, ellos, les dijo Pilato: ¿A quién queréis que os suelte: ¿a Barrabás, o a Jesús, llamado el Cristo? ...pero todos a una respondieron: ¡Suéltanos a Barrabás y crucifica al otro!» Mt 27:17,21­22 Me pregunto: "Si los hijos de luz prefirieron al ladrón en lugar de al Señor, ¿cuántas más injusticias serán en los que andan en las mismas tinieblas?". Han pasado dos mil años y aun hoy muchas personas se preguntan: ¿Cómo pudieron elegir al ladrón y malhechor, y pedir que crucificaran a Jesús? Sin embargo, aunque parezca contradictorio, por causa de la dureza de su corazón, la humanidad sigue dejando libre al ladrón y enviando al Cristo de la gloria a la cruz. El mundo se anega cada día más y más en su pecado, se envanece en sus deseos y razonamientos egoístas, pese a haber recibido hace dos mil años la amorosa visita de un Salvador: «Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.» Jn 1.9 Durante ese tiempo, La Iglesia de Cri

¿Por qué sendas antiguas?

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¿Por qué sendas antiguas? El título parece un despropósito, un contrasentido. ¿Por qué sendas antiguas? ¿Por qué esa frase, cuando el mundo se dirige irremediablemente hacia la modernidad? El  avance de la ciencia es irreversible, la tecnología y el conocimiento caminan a pasos agigantados. ¿A quién se le ocurriría voltear los ojos hacia el pasado, hacia senderos viejos? En esa tormenta de voces, hechos y descubrimientos surge de pronto una voz que nos dice, por medio de un profeta antiguo, el profeta Jeremías: “Así ha dicho Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma. Mas dijeron: No andaremos” (6:16). Es cierto que la humanidad misma camina, como una sola, hacia lo nuevo, lo masivo, lo moderno, lo atractivo, lo de moda. Pero ¿por qué necesariamente es eso lo mejor para el hombre? Todos los caminos conducen a Roma, reza el refrán, y la gente lo extiende al

"Cristo Reina"

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Cristo Reina                   Frecuentemente mucha gente se contacta, y dice: “No tengo a nadie con quien hablar, a nadie con quien compartir mi carga, a nadie que tenga tiempo para escuchar mi clamor. Necesito a alguien a quien le pueda abrir mi corazón”.  El rey David estaba constantemente rodeado por personas. Estaba casado y siempre había alguien a su lado. Aun así, escuchábamos el mismo clamor de él: “A quien iré”. Está en nuestra naturaleza, el necesitar a otro ser humano, con rostro, ojos y oídos, que nos escuche y nos aconseje.  Cuando Job estuvo abrumado por sus problemas, clamó con pena, “¡Quién me diera quien me oyese!” (Job 31:35). Él pronunció este grito mientras estaba sentado con quienes decían llamarse sus amigos. Aquellos amigos no tenían compasión por sus problemas; de hecho, eran mensajeros de la desesperanza.  Job sólo acudió al señor: “Mas he aquí que en los cielos está mi testigo, y mi testimonio en las alturas… Mas ante Dios derramaré mis lágrim

Buscando el rostro de Dios

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Buscando el rostro de Dios En el salmo 27, David le ruega a Dios a través de una oración urgente. Implora en el verso 7: “Oye, oh Jehová, mi voz con que a ti clamo; ten misericordia de mí, y respóndeme”. Su oración está enfocada en un deseo, una ambición, algo que lo ha está consumiendo: “Una cosa he demandado a Jehová” (Salmos 27:4).  David testifica: “Tengo una oración, Señor, una petición. Es mi única meta, la más importante de mi vida, es aquello que deseo. Y lo buscaré con todo mi ser. Este único objetivo me consume”.  ¿De qué se trataba esta “cosa” que David deseaba más que nada, aquel objetivo en el cual había fijado su corazón para alcanzarlo? Él nos lo dice: “Que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová y para inquirir en su templo” (Salmos 27:4).  No se equivoque: David no era un hombre aislado, que se escondía del mundo exterior. Él no era un ermitaño, buscando ocultarse en algún desierto desolado. No,